domingo, 2 de mayo de 2010

No contaba con su astucia

Los padres y los maestros son los encargados de moldear el carácter de un niño --más los padres que los maestros--, debido a que ya nacen con una cierta personalidad y forma de ser. Eso lo aprendí yo misma al ser responsable de un grupo de Maternal, donde los pequeños me demostraban día con día lo inteligentes, perceptivos y honestos que pueden ser. Y debido a eso tenía las más divertidas enseñanzas y anécdotas cada día, una de las cuales les compartiré hoy:

Como decía, era la responsable de un grupo de Maternal, lo cual significaba que tenía una asistente, y aunque me encargaba de la instrucción y ella de asistir a los pequeños (pues en la edad de 2 a 3 años aún necesitan mucho cuidado) lo cierto es que en ocasiones también yo participaba de ello.
Un buen día, a la hora de salida, los preparábamos para ser entregados a sus papás. La costumbre era que salieran muy limpiecitos de su carita, les poníamos un poco de talco y loción preferida, y eso hacíamos, pero no sé qué pasaba en ese día en particular que estaban realmente inquietos (dicen que cuando va a cambiar el clima los niños se ponen muy agitados, y parecía esa la situación), y no podía terminar de arreglarlos. La mejor forma de organizarnos era sentando a los niños y llamándolos de uno por uno, y dado que las paredes estaban forradas a su altura, a veces les gustaba correr y rebotar en ellas como si fuera un cuadrilátero de la triple A. Y ese era precisamente su entretenimiento ese día en particular, todos se levantaban del piso y corrían de un lado para otro riendo y no podía terminar de arreglarlos.
Bueno! suficiente --les dije, después de haberles llamado la atención un par de veces--, todos sentados en el suelo en este momento, el que se levante va a tener que esperar en otro salón (uno de los mayores castigos).
Situación controlada... o eso pensé durante 5 segundos, puesto que uno de los más astutos del salón --allí empecé a darme cuenta-- seguía riendo y, entonces... empezó a arrastrarse hasta la otra pared para seguir jugando...
De ninguna manera podía llamarle la atención, hizo exactamente lo que le pedí: sentarse y no levantarse del piso, nunca mencioné nada de no arrastrarse o rodar. No me quedó más que reírme para mis adentros y apresurarme a terminar para entregárselos a sus papás. Aunque también aprendí a poner más atención a lo que les pedía hacer.

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